lunes, 23 de diciembre de 2019
Blues del Boxeador
Hace tiempo que no sé de ti, muchacho. No lo vas a creer, pero no te llamo porque temo escuchar en tu teléfono la voz del enterrador. El caso es que cada año por estas fechas hago recuento y me sale tu nombre en los cinco dedos de cada mano. Supongo que eres un tipo entrañable del que cuesta prescindir. La última madrugada que compartí contigo en un garito a las fueras de la ciudad, una fulana me dijo que en tus brazos se sentía a salvo en casa y que el día que te perdiese, pillaría a medias un berrinche y un catarro. Ya sé que era una mujer de pago, muchacho, pero te conozco y sé que no miente. Recuerdo una noche en especial. Venías de prisión y traías en el coche la gasolina justa para pegarle fuego al hielo del whisky. Te saqué en mi coche a las afueras. Estuviste afectuoso y sincero, pero más triste que otras veces. La cárcel no es como ir de compras a un sitio con las ventanas plisadas. El boxeo te había endurecido durante años, pero habías cumplido los cincuenta y tu golpe más contundente era un apretón de manos.
Aquella noche a las afueras hablamos de tu mala estrella. Yo fingí ignorar que fingías no estar llorando. Me costó aparentar indiferencia y estuve tentado a darte un abrazo y mi consuelo, ¡joder!, pero luego pensé que hacer eso con alguien como tú, sería tan embarazoso como pasarle de soslayo el pañuelo de las narices a la Estatua de la Libertad vestida de entretiempo.
Se nos echa la Navidad encima, amigo, y no es bueno caminar solo y que nadie sepa que tu vida no es más que la de un tipo de paso cuyos pies le secan la lluvia al suelo del cementerio. Ya sé que más de una vez nos juramos no convertir la amistad en una familia y que cada cual arrastraría sus bártulos y se sentaría callado sobre el mármol de su sepulcro. Y que en ese sublime instante de lucidez y exhaustos los bolsillos, con las últimas monedas falsas nos jugaríamos a los chinos el pufo de las copas y las putas manos. ¿Recuerdas aquella noche triste a las afueras de la ciudad? Me dijiste que de niño soñabas vivir de blanco y que pasados los cincuenta y recién salido de la cárcel, lo cierto era que un gabán azul era tu única camisa blanca. ¡Maldito y admirado boxeador!, recuerdo que, siguiendo dudosamente la pintura de la carretera, te reconocí que alguien como tú se merecía una mujer que le forrase los bolsillos con la bolsa del pan. Y que, de todos modos, estábamos juntos cada dos calamidades y que, a ciertas horas, a solas en la carretera, nadie impide que soñemos viajar en un coche que imita el saxo de John Coltrane frenando a destiempo en las curvas. ¿Recuerdas, jodido pegador? ¿Recuerdas que aquella noche dejamos por popa entre la niebla, prendidas como brasas, las sobras incandescentes de la ciudad dormida? Con la luz del salpicadero, en tus ojos improvisaba la infancia.
Hace tiempo que es Navidad en El Corte Inglés y yo he malvendido aquel coche. Solo me dieron seis balas y un bocadillo. ¿Recuerdas, jodido encajador lo que me recomendaste a la salida de aquel garito? «Si de verdad tienes gana de pegarte con alguien que pueda darte un buen repaso, busca pelea donde estés seguro de no encontrarla. Deja la furia para después de la inteligencia, muchacho. Contén la rabia hasta que tu deseo de venganza sea inferior a tus fuerzas para satisfacerla. Si no eres un hombre prudente, amigo mío, prueba al menos a ser un hombre cansado». Sobreviví en los peores ambientes gracias a mi instinto para hacerte caso y salí malparado las pocas veces que ignoré su consejo. Pero también es cierto que gracias a mis errores descubrí que hay golpes en cuyo dolor, aplícate el cuento, va incluida la anestesia que te ayuda a soportarlos. Ocurre con la tenacidad al aguantar el dolor lo mismo que sucede cuando por la reiteración del hambre te das cuenta de que, además de la dignidad, has perdido también el apetito. ¿No hay acaso heridas que sólo duelen con motivo del esfuerzo de curarlas? ¿Y no es acaso cierto que el formidable placer de doce besos seguidos desemboca a veces en el asco insoportable del beso desdentado que está de más? Nadie está obligado a soportar con su absurdo heroísmo los golpes con los que alguien podría demoler el mármol de su estatua. En el lejano momento de mi vida en el que quise ser boxeador, me sugeriste que desistiese porque, «verás, hermano, la violencia requiere más convicción que el talento, de modo que en este jodido gimnasio o sacas los brazos o te comes las frases. Y yo creo –dijiste– que un tipo sensato como tú ha de ser lo bastante lúcido y cobarde para entender que sus dudosas proezas de boxeador sólo pueden ir a parar al brillante palmarés de otro hombre»
Espero que tu ausencia no sea nada. Sabes dónde me tienes. Podríamos salir a las afueras, con las escobillas del parabrisas santiguando la lluvia y el coche tan ligero, ¡Dios!, que bajo sus ruedas quede sitio para que desplieguen sus alas las mariposas…
Confío que no se te haya olvidado como hacer un puente.
José Luis Alvite "El Faro de Vigo" y La Razón"
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