domingo, 15 de diciembre de 2019

A mi hermano Carlitos. Vive la France y Valdepeñas tamién.



No sé cuántos años hace, quince o veinte. Yo estaba sentado en casa. Era una noche de verano muy calurosa y andaba aburrido.

Salí y anduve calle abajo. La mayoría de las familias ya habían cenado y estaban viendo la televisión. Subí hasta el bulevar. Al otro lado de la calle, había un bar de barrio, un viejo establecimiento decorado en madera, pintado en verde y blanco. Entré. Después de una vida gastada por los bares, les había perdido casi todo el gusto. Cuando quería beber algo, normalmente iba a una licorería, lo compraba, me lo llevaba a casa y me lo bebía solo.

Entré y elegí un taburete alejado de la masa. No es que me sintiese incómodo; me sentía fuera de lugar. Pero si quería salir de casa, no tenía otro sitio adonde ir. En nuestra sociedad, la mayoría de los lugares interesantes son contrarios a la ley o carísimos.

Pedí una cerveza y encendí un cigarrillo. No era más que un bar de barrio como otro cualquiera. Todo el mundo se conocía. Contaban chistes verdes y veían la tele. Sólo había una mujer, vieja, vestida de negro, con una peluca roja. Llevaba una docena de collares y no hacía más que encender el mismo cigarrillo una y otra vez. Me empezaron a entrar ganas de estar de nuevo en casa y decidí largarme de allí en cuanto acabara la cerveza.

Entró un hombre y se sentó en el taburete contiguo al mío. No alcé la vista, no me interesaba, pero, por la voz, calculé que debía de tener mi edad. En el bar le conocían. El camarero le llamó por su nombre y un par de habituales le saludaron. Se sentó allí a mi lado y estuvo con su cerveza tres o cuatro minutos.

Luego dijo:

—Hola, ¿qué hay?

—Nada de particular.

—¿Es usted nuevo en el barrio?

—No.

—No le había visto por aquí antes.

No contesté.

—¿Es usted de Los Angeles? —preguntó.

—Más que de ningún otro sitio.

—¿Cree que los Dodgers ganarán este año?

 —No.

—¿No le gustan los Dodgers?

—No.

—¿Quién le gusta a usted?

—Nadie. No me gusta el béisbol.

—¿Qué le gusta?

—El boxeo. Los toros.

—Las corridas de toros son crueles.

—Sí, cuando se pierde, todo resulta cruel.

—Pero el toro no tiene ninguna oportunidad.

—Nadie la tiene.

—Es usted muy negativo. ¿Cree en Dios?

—En su clase de dios, no.

—¿Pues en qué clase?

—No estoy seguro.

—Yo he ido a la iglesia desde antes de tener uso de razón.

No contesté.

—¿Puedo invitarle a una cerveza? —preguntó.

—Desde luego.

Llegaron las cervezas.

—¿Leyó hoy los periódicos? —preguntó.

—Sí.

—¿Leyó lo de las cincuenta niñas que murieron en el incendio de ese orfanato de Boston?

—Sí.

—Horrible, ¿verdad?

—Supongo que sí.

—¿Lo supone?

—Sí.

—¿No lo sabe?

—Supongo que si hubiera estado allí, habría tenido pesadillas durante el resto de mi vida. Pero es muy diferente cuando uno se limita a leerlo en los periódicos.

—¿No siente lástima por las cincuenta niñitas que murieron abrasadas? Colgaban de las ventanas, gritando.

—Supongo que fue espantoso. Pero usted lo vio sólo como un titular de un periódico, una noticia de un periódico. Yo en realidad no pensé mucho en ello. Pasé la página.

—¿Quiere decir que no sintió nada?

—En realidad no.

Se quedó un momento en silencio y yo bebí un poco de su cerveza. Luego, gritó:

—¡Eh, aquí hay un tipo que dice que no sintió puñetera cosa cuando leyó lo de las cincuenta huerfanitas que murieron abrasadas en Boston!

Todo el mundo me miró. Yo miraba mi cigarrillo. Hubo un minuto de silencio. Luego la mujer de la peluca roja dijo:

—Si yo fuera hombre, le sacaría a patadas en el culo a la calle.

—¡Y además, no cree en Dios! —dijo el tipo que estaba a mi lado—. Y no le gusta el béisbol. Le gustan los toros, ¡y le gusta ver morir en un incendio a las huerfanitas!

Pedí al camarero otra cerveza. Para mí. El camarero puso el botellín a mi lado con repugnancia. Había dos jóvenes jugando al billar. El más joven de los dos, un chaval grande, con camiseta de manga corta blanca, dejó el taco y se me acercó. Se me plantó detrás inspirando con fuerza, llenándose los pulmones, procurando que su pecho pareciese más grande.

—Este es un bar decente. Aquí no se admiten gilipollas. Les echamos a patadas. ¡Les damos una buena zurra para que no vuelvan a asomar las narices por aquí!

Notaba su presencia a mi espalda. Alcé la botella y vertí la cerveza en el vaso, la bebí, encendí un cigarrillo. Con pulso bien firme. El siguió un rato allí plantado, después volvió por fin a la mesa de billar. El tipo que estaba sentado a mi lado se levantó del taburete y se trasladó más allá.

—Ese hijo de puta es negativo —le oí decir—. Odia a la gente.

—Si yo fuese un hombre —dijo la mujer de la peluca roja—, le daría una lección. No puedo soportar a esa clase de cabrones.

—Así es como hablaban los tipos como Hitler —dijo alguien.

—Asqueroso gilipollas.

Terminé la cerveza, pedí otra. Los dos jóvenes seguían jugando al billar. Algunos se fueron y empezaron a apagarse los comentarios sobre mí, salvo los de la mujer de la peluca roja. Estaba más borracha que antes.

 —¡Pijotero, pijotero..., eres un pijotero asqueroso! ¡Apestas como una alcantarilla! Seguro que odias también a tu padre, ¿verdad? A tu patria, a tu madre y a todo el mundo. ¡Puaf, os conozco muy bien a los tipos como tú! ¡Gilipollas, cobarde, asqueroso!

Por fin, hacia la una y media, se fue.

Luego se marchó uno de los chavales que jugaban al billar.

El de la camiseta blanca de manga corta se sentó al extremo de la barra y se puso a hablar con el tipo que me había invitado a una cerveza.

A las dos menos cinco, me levanté, despacio, y me marché. Nadie me síguió. Subí por el bulevar, llegué a mi calle. Estaban apagadas las luces de las casas y de los apartamentos. Llegué hasta mi casa. Abrí la puerta y entré. En la nevera había una cerveza. La abrí y me la bebí.

Luego, me desvestí, fui al cuarto de baño, meé, me cepillé los dientes, apagué la luz, fui al dormitorio, me metí en la cama y me dormí.

1 comentario :

  1. La amistad se conduce según las normas de la caballería y solamente es practicada por personas que son capaces de desobedecer otros reglamentos...

    Por Brian de Bois-Guilbert!!!

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