lunes, 4 de noviembre de 2019

El perro de San Roque...




Nunca he sido de gatos, ni de perros, ni de bichos en general. Y que me disculpen los agricultores.

Bien sé que los urbanícolas que ejercen de ecologistas me condenarán. Y es bueno que así sea.

Para nada soy de mascotas y sin embargo siempre he sido muy de santos.

La rusticidad me vence en esto también.

Cada santo trae su octava, he oído desde chico.

Y no pocos, además vienen con su animal de compañía.

Es fama que San Antonio de Padua se marchó a predicar a los peces, al ver que no tenían éxito las prédicas entre sus paisanos. Aunque nunca he logrado averiguar si lo hizo antes o después de protagonizar su célebre milagro con los pájaros.

En unos días celebraremos la festividad de S. Hugo de Lincoln, del que se cuenta, que amansó a un cisne muy salvaje, que desde entonces, le acompañó siempre y le defendió frente a los extraños con esa fiereza que sólo un cisne puede exhibir.

El lobo de Gubio, otra fiera terrible que diezmaba rebaños con la misma facilidad que atemorizaba a las gentes, fue convertido por San Francisco de Asís en su dócil y fiel hermano lobo.

¿Y qué sería de San Antón sin su célebre cochino?

Últimamente, la actualidad local anda copada por los gatos. Y las gatas claro. Muy en particular, por una de nombre primaveral para entendernos.

En el útimo pleno, para mayor gloria de Micifuz, sin casi solución de continuidad, pasamos de la preocupación por la supervivencia de las colonias felinas, a una velada alusión de dudoso gusto, a cuenta del aparente trastorno de desdoblamiento de la célebre minina floreada.

Y aunque sigo sin ver la necesidad, quizá como mero entremés, hasta se nos llegó a instruir largo y tendido sobre las deposiciones de las aves columbiformes.

Y todo en ese plan.

Estamos perdiendo el oremus

Como las palomas, no soy yo de gatos, pero como soy muy de santos me ha dado por acordarme de un perro.

Del más famoso perro que santo alguno haya tenido nunca.

Del mítico perro de San Roque.

El del trabalenguas, justamente.

Ahí es nada.

El perro de San Roque no tendrá rabo, pero tiene su historia.

No es un perro cualquiera.

Para empezar tiene nombre: se llama Melampo.

Por si alguno tiene la curiosidad, lo de Melampo le viene del griego y significa "el de los pies negros".

Melampo fue también un adivino al que el mismo Hesíodo llegó a componer un poema: la Melampodia.

No hace falta ser un adivino, como ese Melampo que con sus negros pies rondaba a San Roque, para darse cuenta de que la máxima autoridad local estuvo muy desafortunada con su alusión gatuna.

Pero aún aceptando lo suyo como un yerro, no dejo de congratularme al constatar que todo pudo haber sido mucho peor.

Sólo imaginar la voz de nuestro primer edil al reconvenir a cualquier munícipe recitando aquello de "el perro de San Roque..."  llama necesariamente a solaz y deleite de discretos.

De haber llegado a consumar tal osadía, aseguro que en ese mismo instante, habría perdido por completo su impostada fiereza.

Y así, lo mismo que el de Lincoln con el cisne, o el de Asís con el lobo, cualquier piadosa alma cándida, aun sin su cochino, lo habría adoptado ipso facto como dócil animal de compañía.

Con plena exención de la tasa correspondiente, atendido el evidente fin social del asunto.

Afortunadamente, San Roque, tan comprensivo siempre con el atrevimiento de Ramón Rodríguez, ha tenido además a bien evitarnos tamaña frivolidad, en boca de nuestra más alta autoridad.

Lo que es muy de agradecer por lo que dice de su divina intercesión.

Así pues, sospecho que en adelante, seguiremos disfrutando en el salón de plenos de eso que llaman política en estado salvaje y que ahora valdrá por asistir a la octava del santo los primeros lunes de cada mes.

Como hoy toca, en vez de Hesíodo, he preferido deleitarme con este delicioso video que sin nombrarlo, dedica a Melampo, Rosa León. Solo ella, tan de izquierdas siempre como de nunca tonta, logra con su arrullo poético, abstraerme de polémicas vanas para devolverme a la más tierna niñez.

Ya me contarán luego, si a bien lo tienen.

Dios les guarde a todos y todas.

Sobre todo de los gatos.

Eso sí, disfruten de Catulo.

Y feliz día de San Carlos.

Vale

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