Invitación a la danza, primera película de Gene Kelly como director allá por la década de los cincuenta, me ha fascinado desde que en uno de esos ciclos de cine tan recurrentes en tve, un buen día tuve ocasión de disfrutarla.
Lejos de ser una película al uso, en un ejercicio de estilización incomprensible para su época, Kelly se propuso crear la primera película sonora y muda de la historia. El hombre que se había reído de los inicios del cine sonoro al recrear el ambiente de esa compleja transición técnica en "Cantando bajo la lluvia", retomaba en cierto modo el mismo recurso argumental, pero esta vez desde un prisma decididamente nostálgico.
En "Invitación a la danza" no hay un sólo diálogo y los tres episodios en que se articula, recurren tan sólo al acompañamiento musical para remarcar las coreografías del protagonista. Todo en la película es sutil y etéreo porque la falta de diálogos permite un permanente juego de evocación, elevado y ligero pese a la compleja elaboración que se adivina, pero a la vez moderno y rompedor: seguro estoy que aunque ninguno de ustedes conozca la existencia de la cinta en algún momento de su vida ha disfrutado con el dúo de baile con el ratón Jerry en dibujos animados.
Ni que decir tiene que constituyó uno de los mayores fracasos de Gene Kelly que pudo así comprobar en carne propia los esquivos lances de la fortuna.
Pero no he venido aquí para hablar de cine, habiendo gente más preparada para ello que todos tenemos en mente.
Mi motivo es tan prosaico como aprovechar el título de esa película para mi primera entrada en este bló y confiando en que la suerte me sea más propicia que a Gene Kelly, advertirles a todos, que pienso dejarme caer frecuentemente en la nostalgia.
Esta es por tanto mi invitación a la danza, y no tema nadie experimentos vanos: aquí la melodía de la vida irá acompañada por el diálogo entre amigos.
El argumento lo acabaremos decidiendo entre todos, eso sí desde la cueva y con el mejor acompañamiento posible: un valdepeñas
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